Mucho se habla del ego últimamente. Pero, ¿qué significa?

Una persona que se lleva el mundo por delante, intocable, dura, es una persona con mucho ego. Pero una persona que se maltrata continuamente porque no alcanza sus metas también tiene un ego que oficia de verdugo. ¿Cómo es la cosa, entonces?  

Aclaremos ideas. El ego positivo es aquel que necesitamos para salir a la vida sin que nos pisoteen. Es aquel que se reconfigura cuando hacemos las cosas bien. Es nuestro nivel de adaptabilidad. El que nos ayuda a sobrellevar situaciones difíciles.

¿Podemos vivir sin él? No, no podemos sobrevivir sin él porque es adaptativo, nos ayuda a seguir caminando pese a la adversidad.

El ego positivo nos hace valorarnos en nuestro proceso. Ver errores pero no morir por haberlos cometido. Evita que caigamos en discursos como el del fracaso, que es lo que nos ha enseñado la sociedad: ante el menor error, somos lo peor del mundo.

Pero tampoco podemos vivir del ego, porque la sobrevaloración sobre nosotros mismos nos llevará a no asumir errores, a no ver lo que está sucediendo, a la imposibilidad de pedir disculpas. Este ego no nos permitirá asumir errores y generará algo más grande para poder tapar esa imposibilidad; hará “un mundo”. 

El exceso de ego impide que podamos corregir; si nos quedamos en el ego, no corregimos. Si el ego nos decía que éramos talentosos y nos fue mal, el ego nos dirá que no tenemos talento. Y, como ya hemos dicho, no se trata de tener o no talento, sino de acompañarlo con la gestión.

El ego, visto está, nos engaña

El ego nos lleva a lugares solitarios. A veces optamos por hacer silencio o como si no pasó nada, para probar si de esta manera la situación se resuelve por sí misma. Pero, ¿se repara una computadora si la apagamos y esperamos que ocurra el milagro? Pues, no. Llegará el momento en que indefectiblemente debamos encenderla, poner un antivirus, cambiar un código, reconfigurarla…

Lo mismo ocurre con nuestras relaciones: podemos cometer errores y repararlos. No hacerlo los sobredimensionará; hacerlo es más sencillo, nos dará libertad y nos quitará peso de encima. 

Mucho del drama que tenemos y dispersamos para todos lados se debe a que estamos muy cargados. Estamos inflados y no nos podemos mover porque, si lo hacemos, romperemos  todo lo que está a nuestro alrededor. El ego hace que nos veamos “muy grandes” y que por ende asumamos cosas también “muy grandes”. Nuestro mundo y nuestro espacio van creciendo con cada error que seguimos cometiendo sosteniéndonos de nuestro ego. ¿Te imaginas a un elefante en un bazar? Bien, eso es lo que ocurre…

No asumir nuestros errores a causa de nuestro ego nos lleva a un lugar de desolación. La confianza se desgasta y, con ella, los vínculos. Bien sabemos cuánto cuesta restaurar la confianza; es algo preciado. Si se rompe y de ambas partes existe voluntad, puede reconstruirse. Quizá sea un tejido “fibroso”, pero fuerte. No será el vínculo inicial, pero será uno nuevo. El problema se produce cuando una y otra vez generamos estas rupturas, cuando no hay estabilidad, cuando no hay permanencia. Inevitablemente llegará el minuto, el segundo, en que no podrá volver a ensamblarse.

Reconstruir y cuidar la confianza

Si no reconstruimos desde la disculpa, si no somos flexibles, si no nos mantenemos estables, en una posición con un tema, el vínculo no volverá a amalgamarse. 

Entender que somos personas responsables de la confianza, aprender a pedir disculpas, “hackear” el sistema del ego en el que nos mantenemos para ver qué podemos construir es el desafío.

Para concluir me gustaría enfatizar en que nuestra realidad no cambia simplemente porque nos demos cuenta de que algo estamos haciendo mal. Debemos trabajar para que aparezca algo nuevo. Generar información para reconfigurar aquello que se actualiza desde el ego, esa información vieja que ya no necesitamos porque estamos creciendo.

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