La pandemia nos ha dejado mucha tela por cortar. El virus nos tomó desprevenidos en 2020, sin embargo, en aquel momento de caos y desconcierto aún podíamos avizorar un 2021 que trajera nuevos escenarios. Pero no fue así. El virus mutó, se volvió más beligerante y agresivo; volvieron las restricciones en nuestras vidas; la gente siguió enfermando y muriendo. Y a este panorama se le sumó mayor frustración, cansancio y enojo… 

En medio de todo este lío, algunos tomamos decisiones impensadas (como terminar relaciones, mudarnos, empezar otros trabajos), otros nos consolamos con que aprendimos “cosas” sobre la existencia y el universo, otros aprovechamos para reimpulsarnos, y otros, simple y terriblemente, vimos cambiadas radicalmente nuestras vidas. Aclaro que uso el “nosotros” porque creo que somos un cuerpo social que siente en conjunto y que es inevitable escapar a este inconsciente colectivo que nos atraviesa, como dice Jung.

La pandemia de la que nadie habla 

La pandemia fue la pandemia del virus. Pero también trajo e intensificó otros fenómenos como las crisis económicas y de los sistemas de salud; la vulnerabilidad de algunas personas, sus carencias, el abandono en el que vivían; y generó a la par otra pandemia silenciosa aunque no menos dañina: la de la salud mental.

Promediando el 2022, traigo este tema porque considero que la salud mental no es un tema menor en estos tiempos. Muchas personas ya sufrían antes de la pandemia trastornos de ansiedad, depresión, frustración, tristeza, impotencia, escenarios que todo este contexto no hizo más que agravar. Y, a más de dos años del inicio de este panorama mundial, aún sufrimos sus secuelas. 

Pérdidas, miedos, encierros, ahogos, incertidumbre, sensación de que todo dejó de estar bajo control… ¿quién no vivió alguna de estas situaciones en el último tiempo?

Tampoco es posible eludir que hubo un aumento del consumo de drogas legales (alcohol, psicofármacos) e ilegales que, de alguna manera, para mucha gente representaron la “salida” al caos que estábamos viviendo.

Lo que nos deja el Covid

La pandemia parece estar en retirada ya. Sin embargo, ¿es tan así? Nadie lo sabe. ¿Acaso nos hemos puesto a pensar cómo viven las personas que conviven con Covid persistente? ¿Cómo volvieron a sus trabajos y actividades cotidianas con las limitaciones que impone la enfermedad? ¿Alguien se paró a pensar en el personal de salud y en las secuelas de la tragedia que debieron enfrentar? ¿Hemos frenado para reflexionar sobre la gente que ha quedado sin trabajo? ¿Qué nos ha cambiado como seres humanos todo este sacudón casi sin treguas llamado Covid-19?

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La intención de este artículo no es sembrarles un jardín de ideas catastróficas sobre el futuro inmediato; para nada. Sólo quisiera, en principio, que nos abracemos, aunque sea simbólicamente, para darnos la contención que el virus nos quitó; aquí estamos para nosotros; seguimos vivos, seguimos luchando y saliendo adelante. 

El bienestar es un constructo de todos los días. Por eso creo que si es necesario este “apapacho” colectivo diario, que así ocurra; que nos abracemos, que nos contengamos, que sigamos caminando aunque sea de a pequeños pasos. Que demos la mano a esa persona que lo necesita porque ha sido duramente golpeada. Por otra parte, nadie es héroe ni heroína ante una catástrofe como esta; permitámonos sentirnos vulnerables también, llorar, gritar, sacar la angustia afuera. Seamos humanos, con todo lo que «ser humano» implica.

 

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